Al sur, la migración ha configurado una diversidad sonora donde es sencillo hilvanar melodías de otros paisajes, en una peña, en un patio o simplemente silbando. Movimiento que nos permite gozar de un cúmulo de conocimientos que por lo general suelen estar en “disonancia” con los modelos de música(s) que imperan en los medios de circulación sonora.
Abrimos esta puerta a la búsqueda, a la experiencia sonora, oral, que comulga con la necesidad real de propiciar nuevas escuchas y de amplitud de horizontes de los diálogos musicales sean estos comunitarios, maternales y pedagógicos.
Desovillar y ovillar en la cotidianeidad, en ese intercambio sonoro, intrínseco y de representación simbólica, que en cada caso determina la relación de trabajo y de producción como es el caso por ejemplo de las niñeras /cuna, arrullo; de las comparsas de esquila / acordeón, de la ruralidad a lo urbano, entre otros. De las tensiones de la música en contextos escolares, muchas veces en procesos de enajenación del sonido heredado. Como así también las instrumentaciones que se acomodan en la comunidad, cartografiando en contexto e interpelando el imaginario de la “buena música”
“..El canto es un pan que se reparte…” como la canción de Hector Osses, que propone la socialización del canto; es el convite a esta ronda que en multiculturalidad nos dará herramientas para el buen vivir, o como dice doña Mercedes Nahuelpan “para avanzar hacia la primavera”.
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