Soy Laura Carrasco, nací en Aldea Apeleg y ahí viví hasta los 20 años. Me críe en el campo en una casa de adobe y chapa, junto a cuatro hermanas y un hermano. Cuando iba a hacer los mandados iba de a caballo. El río que pasaba cerquita de nuestra casa era lo que usábamos para bañarnos. Mi papá nunca estaba, trabajaba en el campo y mi mamá estaba en la casa, hacía huerta, lavaba ropa que le llevaban de la gendarmería local en una tina grande de madera, tejía para afuera, hilaba con huso y nos hacia la ropa a mano.
Fui solamente dos días a la escuela, porque la escuela que había en Aldea era un salón grande que había donado una tribu del lugar (Torres) pero, con un temporal se vino abajo y los maestros que había se fueron. Tuvimos que esperar varios años para que hicieran una escuela nueva con luz y agua corriente.
Aprendí a leer porque quería aprender y un tío que sí había ido a la antigua escuela me enseñó. Y así aprendí a leer y a escribir mi nombre.
Trabajé para las señoras que tenían chicos de las estancias que había cerca, en la escuela ayudando a las maestras y hacía medias tejidas para vender.
Mi mamá siempre nos hacía la ropa, blusas, casacas, vestidos, todo a mano. A los 9 años más o menos ella me cortaba la tela y yo me cosía mis propias prendas. Y también a hilar aprendí desde esa edad y desde ahí solo dejé en épocas en que mis hijos eran chicos y daban mucho trabajo, siempre hilé. Antes en huso, ahora en rueca.
A mi marido lo conocí desde que llegó a Aldea desde Gualjaina, cuando yo tenía 11 años. Él era 10 años mayor que yo.
Y cuando nos casamos nos fuimos a vivir a General Roca en Río Negro, a trabajar a una chacra. Ahí se cosechaba uva y tomate. Yo también trabajé ahí plantando tomates.
De General Roca nos fuimos a un campo en Neuquén cerquita de Mendoza. Y la casa que nos dieron era una casa de adobe muy rústico. En ese lugar nos quedamos un año nada más, porque yo le dije al patrón mientras mi marido miraba en silencio: “…nosotros no podemos estar más acá si no nos da otro lugar desde donde pueda mandar mis chicos a la escuela…”.
Entonces nos ofreció llevarnos a Senguer. Y nos vinimos primero a Aldea un tiempo y después a Senguer cuando mi marido consiguió trabajo en una estancia.
Desde entonces vivo en Senguer. Cuando llegamos, y por largos años, alquilamos en diferentes lugares, aunque no había mucho para elegir. Un día del mes de mayo estábamos haciendo, con mi hija Laura, un vestido de papel crep para un acto de la escuela y una visitadora social paso por nuestra casa. Y al ver las condiciones de la casa, teníamos goteras, era invierno, me dijo: “…señora usted no se va a quedar sin casa…”.
Así fue que nos dieron esta casa hace más de 40 años, el primer barrio que se hizo en Senguer. Me vinieron a buscar en la ambulancia el día del sorteo de la casa, mi marido llegó justo del campo, se bañó y fue. Y recibimos esta casa donde terminé de criar a todos mis hijos.
En esta casa tuvimos agua corriente y calefacción a leña. La leña y la carne se la daban a mi marido en la estancia donde trabajaba.
Cuando todos mis hijos estaban en edad escolar, empecé a trabajar para ayudar a mi marido.
En mi casa además de mis 8 hijos todas las tardes se llenaba de chicos vecinos que venían a jugar, hacía pilas de tortas fritas para todos.
Eso tuve yo: que cuando llegaba un chiquito lo hacía pasar, todo lo que tenía lo compartía.
El hilado
…” Recibo la lana tal como se la sacan a la oveja. La lavo tres veces con agua templada, las primeras dos veces solo con agua para sacarle la tierra, a la tercera le agrego jabón blanco.
La enjuago bien y la dejo secar al viento. Una vez seca, le saco las basuritas, la separo y la estiro, y ya la dejo lista para hilar.
Después empiezo a hilar; en la actualidad con la rueca antes con el huso, (aprendí a hilar con huso de mi mamá y mis hijas me enseñaron a hilar con rueca). Y con esa lana hago medias para mi familia. Me gusta más hacer medias porque es algo que puedo terminar en menor tiempo a lo que me llevaría un pullover. Hay temporadas en las que hilo mucho y vendo algunas madejas.
Todo el proceso, desde que recibo la lana hasta la media terminada, lo disfruto mucho, pero sobre todo el momento del hilado, que puede durar media hora o largas horas en la madrugada. (Cuando estaba mi marido y yo me quedaba hilando por las noches él me preguntaba cuándo iba a apagar la luz, diciéndome a su manera que el día ya había terminado y que era el momento de descansar). Eso es lo que más me gusta, es lo más terapéutico para mí…”
Laura Carrasco, 81 años.
Medias tejidas.
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