Primavera
Despierta la tierra, los brotes se abren paso en la oscuridad.
Artemisia vuelve a pintar.
La sangre cálida nutre sus manos.
Antiguas y transparentes heladas se hacen trazo en su pincel.
Cada tanto y cuando ellos lo deciden, aparecen, nos clavan la mirada y nos atrapan en sus profundos ojos tan oscuros como ancestrales. Son ellos: los animales patagónicos, los que andan camuflados en la paleta marrón grisácea, propia de la estepa patagónica.
Casi siempre se presentan quietos, inmutables, como fantasmas suspendidos en la duración de un suspiro: el nuestro, que no alcanza a abarcarlos por completo, a contemplarlos largamente. Porque son ellos los primeros que se van, los que huyen desinteresados. Y nos quedamos con una eterna sensación de anhelo, de rogarles nuevamente presencia. De seguirlos en su ruta y campo adentro, hacia el horizonte que los desaparece.
Grisácea ausencia que los vuelve polvo, oscuridad y leyenda…
… Pero un pincel se abre camino y los alcanza. Emparentado a la cerda de sus cabelleras se lanza como una flecha, ya no para herirlos sino para esbozar la imagen que dejaron, como una estela, en aquel suspiro.
*Artemisia Gentileschi nació en Roma en 1593, hija del pintor toscano Orazio Gentileschi. Luego de mucho sufrimiento, tuvo que hacerse un lugar en la pintura con bastante esfuerzo por ser mujer.
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